Jennifer Rubio

Jennifer Rubio

Jennifer Rubio (Santo Domingo, 1994)

Nací el mismo año en que Mandela se hizo presidente. Violinista, feminista y escritora de a ratos que ojalá fueran eternos. Hace un par de años diría que nací humana; hoy aseguro haber nacido artista: la diferencia radica en que lo segundo me hace más mortal que lo primero, pero más sensible. Mi corazón es un caleidoscopio.


1 (92p)

Nacida en la religión del silencio,
había soñado con una casa,
–una casa llena de ruido–,
y se había construido
una terraza de paradojas en vez de cemento
para ver si cuando se cayeran las macetas
crecían flores.
Una noche dejó caer una lagrima desde la azotea
y cayó en la arena:
nació un mar sin nombre que en vez de
agua crepitaba fuego,
como algún viejo escupidor
que le había dicho que la nostalgia no era
un golpecito en la entrada,
sino una tormenta de cubertería
y manteles
y macetas rotas.



2 (60p)

Llueve, se inunda la sala,
se cae alguna mata
encima de alguna casa
con techo e’ zinc.
De noche salen las ratas
cuando acampa
para ver si queda plástico
–que nada práctico–,
para cubrirle el pellejo a algún ratón
–yo me fijo en todo esto para olvidar
que tú te irás como el silencio
cuando lloro e irrumpe el trueno–.


3 (96p)

Cuento los adoquines
como quien cuenta una historia:
en vez de idioma uso tacto
y acaricio con los pies cada grava fugitiva.
Siento el frío de la tierra
empalmarse con mi piel
que tiembla como un haitiano
vendiendo chocolates
–a dos por veinticinco–,
bajo la lluvia y sin abrigo.

—¡Mijo, ven acá! —lo llamo y corre.
Sus piecitos martillean el contén aguado.

—Dígame a ve’, ¿quiere chocolate?
—No, mijo.

Me quito el abrigo y se lo echo en la cabeza
como un vaso de agua
y me voy siendo una
con la tierra y la brisa.


4 (63p)

Nicauris era el nombre de la niña
que me pedía juguetes
y nunca se los di.
Corría descalza por el barrio:
recuerdo que jugábamos
cuando la calle sin asfalto
parecía un volcán
y nosotras su erupción.
Un día le descuajó la cabeza
a una muñeca
y en su cuello hueco
clavó yerba y me dijo
que las flores más bonitas
brotaban en solares.


5 (33p)

Es la temporada de sirenas
en la que mendigamos locura
esperando mar y arena.
El sol está que arde,
nos quema la sangre
y la piel se nos abre
brotando raíces por venas.


6 (24p)

Ojalá ser como tú,
rota como una cuerda,
lejana como un faro,
vestida de sol,
lanzada al mar
como un ferry a Puerto Rico.



7 (33p)

Mami cuelga la ropa
como estrellitas
y yo pido que
en los orificios de las medias
crezcan matas, palmas, suculentas,
para no temerle a la pobreza
y decir que soy bella de verdad.


8 (19p)

Nací en una isla
donde tejer almas era tema
de conversaciones
y donde
mujeres cazábamos cometas
con el pelo.


9 (44p)

El amor de mi vida
tal vez sea alguno de estos gigantes
que mueren y renacen
en ciudades perdidas,
cual edificios que caen
tras un sismo,
sin ritmo
y sin vida,
para llamarme por mi nombre,
jurarme vida eterna
y morirla junto a mí.


10 (79p)

Una vez mi abuela dijo
que de ser tan pequeña
y entre hormigas habitar
para saborear la tierra,
tal vez no echaría
lo que queda de mi vida
en el asfalto.
Me dijo que el dolor sería tal,
que imploraría por tormentas,
que alzarían al mundo
de su escondite colonial
y vería mujercitas
por la noche desnudas
y por el día vestidas.
Que gracias a Dios
no nací ave,
porque los gigantes
matábamos por pereza
y vivíamos por contaminación.


11 (86p)

Trepamos hacia la noche,
encendemos las estrellas
y el cielo es nuestra piel:
brilla la luna en nuestros ojos,
de nuestro cráneo nacen árboles
abonados por poemas,
fósiles de atabales.
Renacemos junto al sol
que nos bendice y nos besa,
nos despide a conciencia de su eternidad,
cobijándonos en su sepultura.
De la cavidad de nuestro vientre
surge la cultura.
Nuestras madres no descansan,
sazonan el amanecer
ante la verdad que
se delata junto al sol:
somos las nietas de las brujas
que creías haber vencido.


12 (34p)

El sol esculpe tu piel:
me miras,
hombre de barro,
perdido como una bala
de una noche capotillense
y me dices que
"el que vive pobre
pobre muere".
El cielo no nos hará ricos.


13 (68p)


Te escuece que te diga que
te pareces a una luna
cuando sales del vagón del metro
y te preguntas si alguna vez
te veré como un sol,
pero mi vida está llena de estrellas.
Soy una polilla que se pierde
por las noches y encuentra
la soledad más atractiva
que cualquier flor.
En el malecón me hago cita
con las olas:
tal vez ellas escuchen
mi canción.


14 (31p)

La vida es un juego
perdido en un lienzo,
cuentos sin dueño,
lazarillo sin ciego,
luna sin sol,
demasiado aburrida
como para no gastar dos pesos
en una menta e' guardia.


15 (60p)

Estaba sola hoy cuando
me di cuenta de que las ciudades crecen
hacia el cielo
mientras nos hundimos en el sol
soy consciente de mis hermanas
de que algunas son nubes
y otras derriten estrellas
para esculpir coronas.
A mí me han sembrado en la tierra
soy flor de fruto triste
pero crezco fuerte
y alta hasta tragarme el sol.


16 (100p)

El avión aterriza
en una especie de noche eterna:
alcanzó su perpetuidad con los dedos.
Me deshago de su profundidad
y me inunda una tristeza
de esas que llegan como un aventón
y te dejan a mitad de camino.

Desde arriba el suelo parece
colmado de estrellas; había olvidado
que los soles no llegan tan abajo
y que el fondo de la humanidad es tan oscuro
que le prendemos velas a los santos
para discernir el movimiento desdibujado
del silencio en nuestros cuerpos.

De noche no hay quien haga trampa
y con este calor no hay
quien duerma con ropa.


17 (95p)

La ironía de tu nombre reside
en que nadas en la noche cual sirena en mi piscina
y en tu cabellera se dan cita las luciérnagas:
te siguen como amantes sin pena y sin gloria,
y se envuelven hallando cobijo en tus locuras.
Quizá sea muy amargo de mi parte,
pero parece hechicería la forma
en que tu voz se rompe cuando ríes.
En la noche bebes copas donde explotan estrellitas
y me imagino que así te imaginaba la naturaleza
cuando te hizo artista y rebelde;
que si eres una te debes a la otra.


18 (91p)


—Chófer, mire. Gracias.
—Así e’ que son la mujere' de verdá.
—¿Cómo así?
—Casi nadie dice gracia. Parecen flore’ arrancá.
—Cuando uté habla de mujere' de verdá', ¿se refiere a las que duermen en las nubes, con un libro por cerebro? ¿O tal vez alguna hecha de tantas curvas como un poema en la lengua? ¿Una que ande como esfinge?, ¿o quizá hable de alguna con el corazón puntiagudo cual estrella, presto a someterse a combustión? ¿Quiere una Marta, Teresa, Concepción? ¿Las busca por catálogo?
—No, yo solo quiero morir viejo.


19 (90p)

Sangré conciencia

Anduve en la ciudad y vi sus mitos:
vi serpientes trajeadas y coronas hechas de botellas de Fanta.
Vi sus misterios, el libro de los mil mandamientos y un árbol de dinero.
El sol era un espejo y me golpeó la frente.
Un extraño intentó cortejarme y hallé curioso
cómo la canica de un niño en Matahambre se hizo ojo y vi el universo,
y en él un país como de caramelo, que huía de la noche:
me encontré en él, solita como una luna, juntita como metáfora.


20 (103p)

Andaba por la noche y se clavó el tacón al suelo.
Creció tallo. Tal vez si anduviera descalza,
le habrían nacido pétalos y seria flor.
Sería ecosistema si su corazón no fuera de concreto
 sus ojos de cristal tintado.
Extrañaba el no saber. Lo quería de vuelta.
Era como querer olvidar el día en que supo
que todos veíamos la misma luna.
La gran luz en el cielo nocturno,
a veces la astilla de una uña,
otras una pelota de goma,
no la seguía a casa casas
mientras presionaba su frente contra la ventana del auto.
La luna y él no le pertenecían.


21 (73p)

Hoy tuve hambre de tierra, de ser cubierta por ella,
que cayera sobre mí cual vástago de un sismo,
como un paro cardíaco en un cumpleaños.

Hoy tuve hambre de vida y me vi necesitando la muerta para compensar.
La contradicción de ser 70% agua y morir ahogada.
Ojalá no tener que llamarte cuando corra tras el silencio en el malecón,
llena de terror, huyéndole al misterio.

Ojalá muriera de frío el verano.


22 (41p)

Siembra una iglesia en el tejado,
alaba al aire, al trueno,
regocíjate en la tempestad
y haz una fiesta de palos tras la lluvia.
Si un hombre te interrumpe,
plántale un árbol en el ojo:
es más útil que una daga.


23 (82p)

En mi tribu soñar es rebelarse.
Tomar la imagen del espejo y volverla otra cosa.
No reconocí estar cubierta de piel hasta verme sangrar.
Me cubrí las heridas con ungüento de tambores y gasas de nocturnidad.
Si vivía pobre, al menos moriría ninfa
y me haría una con la tierra de mis ancestras,
movidas por la violencia cegadora de una estrella fugaz,
que venían en barcos atadas por cadenas
y en tierra decoraban sus cabellos con yerbas.
Por flor tenían al sol.


24 (70p)

Hay quien anda con árboles bordados a la piel,
revestida de miel, en plena avenida.
Es una mujer joven, con piel de bronce y melena de arbusto.

Si las dríades fuesen humanas,
se plantarían en el asfalto con pancartas extraídas de su piel.
Una de ellas avanzaría al enemigo y sostendría sus brazos como astas,
andaría su bandera verde y gritaría hacia los cielos: una mujer libre es una diosa.


25 (80p)

Retuerces los años alrededor de tus dedos:
aquí el verano es para siempre.
Este mismo sudor caía de tu frente:
hace ocho años cuando salías de la escuela por última vez.
Ahora eres lo que antes veías por el microscopio:
una cosa lejana y diminuta a la que no puedes tocarle el cuerpo.
Cuando sales, el sol ya ha parido framboyanes amarillos
para tocarte el alma, más o menos.
Te falta calor, quizá, o un trago menos amargo de esperanza.


26 (99p)

Estaba a un minuto de casa, de la delicadeza de la identidad. La piel no se arranca sin dolor; lo que es innato vive siempre. ¿Dónde está el gen de la melancolía? Nací para ser mujer, un concepto que construyo sola. Para nada más, para nada menos. Ojalá mueran las expectativas, que el sol no se enjaule si regreso viva. Regresamos, todas, como un solo cuerpo. Carne de mi carne, brazo, pierna y corazón. Caudilla renacida, recogido desde el tártaro. Morir es la opción de las que vivir fue una salida. Ojalá nadie se entere: una mujer nunca termina.


27 (40p)

Hoy soñé con hacerle un hoyo a la eternidad:
atrapar un segundo entre mis dedos,
quedarme ahí, entre el todo y la nada.
Soñé con un beso tibio,
un crack en el vacío y silencio.
Era triste ser un dios.


28 (26p)

Conocí el sol en tu rostro y en tu piel:
el más hermoso de los finales.
Hoy me despido de los pueblos
retorcidos en mi garganta.


29 (26p)

Forzando su ausencia,
el trueno se hunde en el silencio.
Llueve y llueve,
me gusta estar en casa
–no en mi casa–,
esculpir momentos desde
la monotonía del recuerdo,
desdibujar tus besos
en mi cara de niña linda;
quisiera olvidarte,
me haces muy mujer
y yo quiero ser humana.

30 (78p)

A una yo de hace casi ocho años

El silencio eclipsado por el llanto de un bebé me dice en señas que el sol todavía no ha salido. A punta de coraje le tejo el pelo al tiempo, con el mutismo de un pecho muerto, de un augurio fantasmal. El gallo aquí no canta; está muy lejos. El ronroneo de un motor ha despertado al niño. Mami gruñe con fastidio, otra vez ya no hace frío. El uniforme nos cubre media piel; aun así estamos desnudos.

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